A continuación, relatamos un cuento contenido en el libro “Contamos todos”, libro para la prevención y ayuda al tratamiento del alcoholismo, realizado con el esfuerzo y la creatividad de los pacientes del G.A.R.A para hacer reflexionar a todos sobre los síntomas y consecuencias negativas.
Esperamos que haga pensar a todos aquellos que lo lean.
LA TRAMPA
En un lugar de La Mancha, cuyo nombre es difícil de olvidar, vivía un muchachito, el segundo de once hermanos, en el seno de una familia humilde. Era un niño feliz. Jugaba con sus amigos, con sus hermanos, hacía travesuras… como todos los niños, ¿verdad?.
Unos años más tarde, sus padres se trasladaron a vivir a otro pueblo y su vida cambió. Empezó a acudir al colegio y se lo tomó muy enserio. Era un buen estudiante y el más destacado de todo el cole. Su vida transcurría con “normalidad”, pero no sabía que muy pronto, y antes de lo previsto, iba a dar un giro inesperado.
De repente se convirtió en un niño “adulto”, y creció más rápido de lo que se imaginaba. Tenía tantas responsabilidades y una vida tan ajetreada, que un buen día decidió irse a vivir a una cabaña en el bosque lejos de su hogar. Ese lugar le hacía sentirse bien, y se olvidaba de sus problemas.
Vivía aislado, y su familia le reclamaba su regreso continuamente. Intentaban convencerle de que volviera a su hogar, ya que el bosque era un sitio peligroso.
El sabía que existían peligros tales como los lobos, las trampas de caza, los agujeros oscuros en el suelo, etc… Pero él no quería volver, porque allí encontraba la paz y la tranquilidad que necesitaba, se sentía libre, y, a la vez, fuera de peligro. Se sentía feliz e inmune a cualquier clase de obstáculo, pero estaba muy equivocado. Él intentaba calmar a su familia diciendo: “No os preocupéis, que no me pasará nada”.
Pero un buen día, iba canturreando contento una canción que conocía desde hace años, y que hacía tiempo que no cantaba, le hizo sentirse especial. Lucía el sol, hacía un día espléndido y se iba a buscar leña para la chimenea, ya que empezaba el otoño, y refrescaba por las noches.
De repente, vio que un lobo le estaba acechando. Inmediatamente, empezó a correr con todas sus fuerzas para escapar de él, con la mala suerte de caer en una trampa que lo atrapó. Cayó en un agujero muy profundo, de modo que logro escapar del lobo, pero no del agujero.
Quedó inconsciente a causa del fuerte golpe que había recibido, y malherido por la caída. Cuando despertó, era ya de noche y nadie acudió a rescatarle, estaba solo. Intentó subir, escapar por todos los medios, pero le resultó imposible, estaba atrapado. En ese momento, se sintió verdaderamente angustiado, ya que nunca pensó que pudiera pasarle algo así.
Fue entonces cuando reflexionó sobre su decisión y sobre lo que le había dicho su familia, y se dio cuenta de que estuvo equivocado durante mucho tiempo. El peligro acecha y nadie es inmune a él. Si no eres cauteloso, puedes caer.
Al día siguiente, un cazador que pasaba por allí, escuchó unas voces de auxilio y acudió a su rescate. Acto seguido, le llevó a su cabaña para curarle las heridas. Él solo pensaba en volver a su hogar, estaba magullado y arrepentido de haberse ido, y no haber escuchado los consejos y advertencias que le dieron. Pero sabía que por el momento no podía, debía esperar un tiempo para curar sus heridas. Así, el cazador lo atendió y curó hasta que sanó. Él se sintió muy agradecido y le prometió ir a visitarle tantas veces pudiera. ¡Fue su salvador!.
Curado y feliz, acudió a su cabaña, hizo las maletas y volvió con su familia, que al fin y al cabo, era lo más importante para él. Cuando al fin llegó, les prometió no volver a irse nunca más de su lado.
En ese momento fue cuando verdaderamente encontró la paz y la tranquilidad que tanto esperaba.
FIN
En este cuento, nos habla de cómo a veces las responsabilidades y las tareas que tenemos en nuestra vida nos vienen grandes (o más bien, esa es la sensación que nos da, pues el ser humano cuando se esfuerza puede con lo que “le echen”). Por eso, nos decimos a nosotros mismos que nos merecemos salirnos de “lo convencional”, que nos merecemos “un premio” que nos haga salirnos de tanta formalidad y optamos por lo que parece “prohibido”, porque “un día es un día”, y eso acrecienta nuestro morbo. Por eso, acudimos a esas copitas, incluso de más, los fines de semana, y luego, cada vez más asiduamente.
También vemos aquí, que en un principio, aquello que nos “aleja de los problemas”, puede ser un arma de doble filo, pues nos va alejando de todo, incluso de nosotros mismos, y nos va encerrando en un mundo más solitario, más apartado. A la vez, aunque parece que algo nos desinhibe tanto como son “las copitas” no pueda hacernos ningún mal, su peligro estriba precisamente ahí: nos relajamos tanto, que el hecho de que el consumo se convierta en algo problemático nos coge muy por sorpresa, y provoca en nosotros una profunda sensación de fracaso y frustración (de ahí nuestra negación de que tengamos ese problema de descontrol).
Como hemos leído en el cuento, y desgraciadamente, sólo cuando la persona experimenta en sus propias carnes algunas de las fatales consecuencias de su adicción, se da cuenta de que realmente está peligrando su integridad, y con ello también la integridad de los que le rodean. Por esto, todos los intentos para que el enfermo se dé cuenta de las consecuencias de su conducta son pocos, pues, aunque parezca que estos esfuerzos están siendo en vano, un día “se quita la venda”, y el peligro aparece ante sus ojos como mucho más claro e inminente. Es en este momento cuando siente la necesidad de poner una solución a su situación actual.
Así, y como en el cuento, cuando uno logra ser él mismo, y rodearse de los recursos realmente positivos para él, encuentra verdaderamente la paz y la tranquilidad que tanto necesita.
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